SJM Chile

Cristián del Campo, capellán del SJM “Es muy difícil que cada país se rasque con sus propias uñas”

Una olla a presión que cada vez está más cerca de explotar. Así es como el capellán del Servicio Jesuita Migrante (SJM), Cristián del Campo SJ, ve la situación que se vive con la migración en las fronteras del norte de nuestro país, específicamente en Antofagasta, Iquique y Arica. Asumió recién a principios de septiembre del año pasado, y desde entonces no solo ha visitado frecuentemente la frontera, en especial Colchane, sino que ha visto cómo la crisis humanitaria que afecta a Venezuela –que, se estima, ha significado el desplazamiento de más de 6 millones de personas- ha impactado el flujo migratorio en nuestro país. “Ha habido una evolución en espiral, con pasos para adelante y pasos para atrás”, asegura. “A mi modo de ver, el mayor problema está en Iquique, porque es la primera ciudad donde la gente llega, muchos sin haberse autodenuciado y los que lo hacen, cuando salen de la cuarentena en residencias sanitarias, quedan nuevamente ahí a su suerte. Falta una estrategia más coordinada para que esas personas puedan continuar hacia sus destinos y así descomprimir”.

Sin embargo, la última semana, en particular, para Del Campo da cuenta de la urgencia de descomprimir dicha olla. La muerte del camionero en Antofagasta, a su juicio, incluso es señal de que reventó. A lo que se suma el posterior paro de camioneros, y el hallazgo, ayer, de un joven colombiano de 32 años fallecido a metros del paso fronterizo en Colchane. “Todos entendemos la tensión y rabia acumulada, sobre todo en esas comunidades y territorios. Y si como Estado y sociedad civil no hacemos algo para quitar esa presión, bueno revienta”, afirma. “Pero el error fundamental es creer que esa presión se desactiva con una aspirina o soluciones parche”.

 –Ya en el último año habíamos visto episodios fuertes, como la quema de carpas de migrantes en Iquique y protestas en las que se exigía cerrar las fronteras

–Como consecuencia de eso, del despertar de una población que se sentía abandonada y del impacto que causaba la violencia contra personas en situación de mucha vulnerabilidad, se puso el albergue en Colchane. Y sí, eso fue bueno, pero es un parche. Aquí, para mí, la reflexión es que, si no hacemos algo más de fondo, seguiremos lamentando situaciones de alta presión que lamentablemente revientan en algo tan dramático como el asesinato del camionero.

–Se decretó un estado de excepción. ¿Es para usted otro parche?

–Es una solución de las más parche de todas. El estado de excepción es una respuesta a la presión de los camioneros, pero no creo que sea la solución ciertamente. Tampoco creo que sea la solución simplemente cerrar el paso y devolver a la gente. Primero, porque vienen en una situación muy vulnerable, y hay muchos niños y niñas. Segundo, ¿existe alguna coordinación en esa devolución con la policía y gobierno boliviano? O ¿simplemente nos desentendemos de la situación en la que está esa
gente? Nuevamente, uno comprende la rabia, la necesidad de pensar en el bienestar de los chilenos, pero eso puede llevarnos a desentendernos de una crisis humanitaria. Porque eso es lo que ocurre en Venezuela.

Y agrega:
–El gran desafío es cómo uno implementa medidas que ayuden a que la migración sea segura, ordenada y regular, y al mismo tiempo sin pasar por encima de los derechos de las personas, porque los migrantes, aunque vengan indocumentadamente, los tienen.

–Cómo hacer eso es un poco la pregunta del millón.
–Ningún país tiene la receta para enfrentar este tema (…) Aquí no tenemos
una bala de plata como para poder solucionar el problema, porque difícilmente podemos encontrar un país que lo haya
solucionado. Cuando de un lugar como Venezuela salen 6 millones de personas en la última década, obviamente irán a alguna parte. Y el tránsito absolutamente mayoritario es hacia Sudamérica, y entre aquellos países que pueden elegir está Chile. Nosotros hemos recibido cerca de
500 mil, Perú ha recibido cerca del doble, Ecuador prácticamente lo mismo que nosotros y en Colombia son cerca de 2 millones. Por eso, la ilusión que tenemos, a veces, de que poniendo más trabas, zanjas o murallas va a detener el flujo es un error.

–Y en ese sentido, ¿cómo evalúa la gestión del gobierno?
–Creo que no ha sido para nada una política exitosa. Reconozco, si, que es mejor tener una nueva Ley de Migración, que por fin tiene un reglamento que ya se ha publicado, para que todos conozcamos qué ley nos regirá, pero me parece que se ha querido, de manera voluntarista, enfrentar el problema desde un discurso y una aproximación de la política que es
inefectiva. Puede ser políticamente correcto decir “vamos a cerrar nuestras fronteras, vamos a impedir el ingreso”, pero en la práctica solo hemos visto una agravación de la situación por la cantidad de ingresos de personas indocumentadas. Eso ha ocurrido porque el modo de responder
ante una situación como la de Venezuela ha sido poner más restricciones. Y eso no detiene el flujo, ni aquí ni en ninguna parte del mundo.

“Un esfuerzo macizo en vías a la regularización”
Con el fin de recoger experiencias y conocer en detalle las vivencias de quienes migran en zonas álgidas de Latinoamérica, a fines de enero el capellán partió a un viaje a dos fronteras importantes: la de Guatemala con México, y la de Venezuela con Colombia, especialmente Cúcuta. “Originalmente también iría a la frontera de México con Estados Unidos, en Nogales, pero ómicron no lo permitió”, explica. “La ida tuvo tres objetivos: primero conocer cómo funciona el Servicio Jesuita de Refugiados, su foco, dinámicas, cómo se organizan en cuanto a sus tiempos de oficina y de terreno, etc. Lo segundo, evidentemente, conversar con las personas;
tuvimos visitas a distintos puntos fronterizos, pero también visitas con personas que ya estaban instaladas para entender las dificultades que habían enfrentado para regularizar su situación y permanencia. Finalmente, quería conocer cómo estos países enfrentan en concreto situaciones de tal envergadura; la operatoria, las instituciones, lo que el Estado hace y no hace para que nosotros podamos aprender de soluciones que puedan ser de más largo aliento”.

–¿Con qué te encontraste?
–Lo primero que sorprende es la dimensión. Lo que se vive en México y en
Colombia, en las fronteras, es mucho más masivo que los que vemos acá. Lo segundo que me sorprendió, que no es algo que uno no sepa, es la cantidad de riesgos que las personas que migran enfrentan: el nivel de crimen, de bandas, de coyotes, de grupos militares y paramilitares, de corrupción en las policías. La vulneración de derechos a las mujeres es impactante.
Conversando con personas ya instaladas en Colombia, por ejemplo, provenientes de Venezuela, uno no termina de creer lo que viven, tanto en el tráfico como en la trata. Esa es una dimensión muy triste.

Luego, continúa:
–Ahora, cada país aporta algo interesante. Por ejemplo, la institucionalidad
que el estado mexicano tiene para enfrentar el tema del refugio. Nosotros como país estamos evidentemente bajo los tratados que hemos firmado, pero en lo concreto, en los últimos dos años solo siete solicitudes de refugio han sido aceptadas por año. En parte eso tiene que ver con una carencia de infraestructura a nivel del Estado. Por el lado colombiano, en tanto, me parece muy interesante a nivel de política, lo que se hizo con el estatuto de regularización migratoria que le otorgó un permiso temporal, por 10 años, a la población venezolana que llegó a Colombia hasta el 31 de enero de 2021. Es un esfuerzo macizo en vías a la regularización y creo que tenemos
que estudiar algo así como una manera de hacernos cargo de la enorme cantidad de personas que están indocumentadas en Chile.

El ingreso ilegal es el foco más intenso del problema migratorio, ¿qué podría ayudar a contenerlo?
–Obviamente esto es un cliché, pero es un problema multifactorial. Y nuevamente, nadie tiene la fórmula. Acá en Chile evidentemente tenemos que reforzar la seguridad y los controles en los puntos fronterizos, por supuesto. Cuando uno está en Colchane, uno ve que la gente atraviesa con cierta facilidad, no es que se esté escabullendo. Pero hay que hacerlo sabiendo que de todas maneras la gente va a seguir entrando por pasos no habilitados, y en ese sentido me parece que junto con la ayuda humanitaria, tenemos que caminar hacia modos de regularizar esa presencia. Es la herramienta más efectiva, de más largo aliento para, precisamente,
aminorar o controlar de mejor manera el crimen, cuyo caldo de cultivo es la informalidad e irregularidad.

–¿Una medida tipo Colombia?
–Nosotros estamos por una migración segura, ordenada y regular. Esa respuesta casi intuitiva de “no dejemos entrar más cerrando la puerta” en la práctica no solo es muy difícil de hacer sino que resulta
contraproducente. Yo espero que el nuevo gobierno pueda involucrarse, comprometerse y liderar… ¿Qué medida exacta? Hay inmediatas y más de largo plazo. Obviamente el próximo gobierno lo tendrá que analizar, pero algo como lo que se hizo en Colombia es un camino a estudiar, que me
parece bastante deseable para la situación que vivimos. Prefiero mil veces que quienes ya están aquí lo estén regularmente a sin documentos, sin insertarse (…) Ahora, esto requiere de un pacto continental. Es muy difícil que cada país se rasque con sus propias uñas.

“Ser más proactivos”
–Los habitantes de Iquique, Arica, Antofagasta, no quieren esperar más por una solución. Es más, salen a la calle a exigir que no haya más migración.
–Obviamente que tenemos que ir en ayuda de esas comunidades como Estado chileno. Tenemos que ser más proactivos, trabajar más en coordinación. Esperamos que el nuevo Servicio Nacional de Migración tenga un rol más protagónico, pero también las delegaciones presidenciales, los alcaldes, los gobernadores, hay a veces harto actor y no siempre una buena articulación. Y obviamente tenemos que poner recursos; el Estado los tiene, para que, primero, las personas que llegan puedan ingresar a albergues o refugios transitorios, y segundo, para coordinar con otros lugares del país que esas personas sigan con su
trayecto, mientras a la par inician su proceso de regularización. Así se descomprime el norte.

–El lunes, Álvaro Bellolio dijo que el futuro gobierno era responsable de la agudización de la crisis, que Boric había ofrecido “perdonazos” que incentivaron la llegada de migrantes ilegales. ¿Qué
opina de esto?

–Estoy en desacuerdo y creo que decir eso podría ser culpar al presidente, porque si uno sigue esa línea de argumentación, está la promesa que Piñera hizo en Cúcuta. Yo no creo que uno pudiera culpar al presidente porque hizo un llamado a que los venezolanos vinieran a Chile, por lo que menos me parece que alguien como el director del Servicio Nacional de Migraciones evalúe algunas declaraciones como un incentivo. Considero que debería escuchar más lo que dijo el ministro Delgado:
no es momento de buscar culpables, sino que de enfrentar el problema. La primerísima responsabilidad es de quien administra el Estado y ese es el gobierno, que ya lleva 4 años. No dos meses.

Fuente: La Segunda