La comunidad haitiana en Chile está desesperada después del sismo del sábado pasado. Muchos tienen familiares que perdieron sus casas y varios otros también lamentan pérdidas de seres queridos. ¿Cómo es vivir el luto a distancia? El drama es aún peor cuando reunir a familias quebradas es una posibilidad incierta.
Tuvieron que pasar ocho horas para que Jocelyne Calixte (37) supiera si su hija y su hermana estaban vivas. La mañana del sábado 14 de agosto, mientras iba en el Metro hacia su trabajo en barrio Franklin, una vecina de su misma nacionalidad la llamó para preguntarle si sabía algo de un terremoto al suroeste de Haití. Calixte no había escuchado nada, así que le contestó que una vez que llegara a su puesto en la feria llamaría a su hermana para saber qué había pasado.
Ninguno de esos llamados fue exitoso. Pero su celular ya se había llenado de mensajes de otras personas alertando de la catástrofe. Hasta ese momento, lo único que Calixte sabía era que un terremoto había azotado su país y que mientras más pasaban las horas, más aumentaba el número de muertos, desaparecidos y derrumbes. Pero nadie de su familia contestaba el teléfono.
Jocelyne Calixte llegó a Chile en diciembre de 2016 desde Haití, buscando lo mismo que muchos de sus compatriotas: un buen vivir, con mejores oportunidades, más trabajo y mejores sueldos. Su vida antes de migrar, cuenta ella, era tranquila. Vivía en Les Cayes, una ciudad al suroeste de Haití, junto a sus dos hijas, que ahora tienen 13 y nueve años. Pero tenía un empleo inestable y costearse la vida dependía de lo que podía ganar en un día: trabajaba en la calle vendiendo arroz, porotos y aceite, entre otros alimentos, logrando un sueldo equivalente a $ 80 mil chilenos.
Por eso es que ese año sus padres le hablaron de Chile. Le ofrecieron vender un terreno que tenían en el campo para que, con esa plata, Calixte llegara a Santiago, encontrara un trabajo y enviara dinero mensualmente. Eso mientras su hermana, Flitzna Joseph (49), cuidaba a las dos hijas que dejaba.
Al llegar, pensó que todo lo que le habían dicho sobre Chile era cierto: bastó que pasaran tres días para que encontrara un contrato de trabajo fijo como costurera en la empresa fabricante de ropa Tom James. Con el sueldo de 410 mil que ganaba mensualmente, apenas cumplió un año en Santiago logró traer a su hija mayor, Yahaira, y arrendaron algo en Maipú.
Ya con la permanencia definitiva, tres años después, el siguiente paso era traer a Yuleisy, su hija de nueve años que seguía viviendo con su hermana. Tenía comprado su pasaje, pero hubo algunas cosas que dilataron el proceso: la desinformación tras el cambio en el trámite de visas para haitianos, algunas malas experiencias con gente que le ofreció plata para traerla y, luego, la pandemia. Mientras tanto, en Les Cayes, las ansias de su hija por reencontrarse con su familia eran cada vez más desesperadas. “Siempre que la llamaba me decía ‘mami, cuándo vas a venir a buscarme'”, recuerda Calixte.
En eso estaban antes del terremoto. Calixte cuenta que hablaba con su hermana tres veces al día, hacían videollamadas para revisar las comidas de su hija, qué cosas le compraba y cómo iba en el colegio. La última vez que hablaron fue ese viernes en la tarde, era la cuarta vez que hablaban en el día: “Flitzna me contó que Yuleisy estaba con dolores de garganta, así que revisé los medicamentos que le había comprado y le pedí que por favor no se olvidara de dárselos a las horas indicadas por el médico”.
Lo que vino después, Jocelyne Calixte lo vino a saber recién a las seis de la tarde del sábado. Tras el movimiento, su hermano que vivía más allá partió caminando a ver qué le había pasado a su casa: “Me dijo que se había derrumbado, que sacó a Yuleisy de los escombros, pero que no había podido encontrar a nuestra hermana. Mi niña estaba con un dolor en la cabeza, así que llamó un taxi para llevarla al hospital. Cuando llegó, volvió a buscar a Flitzna y la encontró. Estaba inconsciente, la llevó al mismo hospital y falleció ahí mismo”.
Tragedia a distancia
Hasta el último reporte, el número de muertos tras el terremoto que azotó la isla caribeña asciende a 2.189 y hay más de 12 mil heridos. La catástrofe, que se registró a las 8.30 horas del sábado 14 de agosto, tuvo una magnitud de 7,2 grados escala Richter. Algo parecido a lo que había sido el último terremoto en ese lugar, en enero de 2010, que dejó 316 mil fallecidos.
El epicentro principal fueron las ciudades de Jérémie y Les Cayes, al sur de Haití. Aunque no está claro todavía el verdadero impacto de este desastre, desde la Unicef ya alertaron que se estima que 1,2 millones de personas estarían damnificadas, entre ellas, 540 mil niños. Lo peor, advierten en la institución, es que este grupo tendría nulos o limitados servicios básicos.
Algo así viven los mellizos de 10 años de Marie Dodeline (45), que se encontraban en la misma ciudad que Yuleisy y su tía. De los seis hijos de Dodeline, estos dos eran los únicos que no había podido traer a Chile a su casa en Quilicura. Ella, al igual que Jocelyne Calixte, entró en 2016, cuando los requisitos para los haitianos no eran los que existen ahora. En Les Cayes trabajaba en una ONG como administradora, y en su casa acogía a niños de la calle. A veces, a sus seis hijos podían sumarse otros siete que cuidaba por un tiempo, hasta encontrar a sus padres o algún familiar. Al principio viajó sola a Chile, encontró trabajo como asistente de bodega en Huechuraba y con su sueldo se fue trayendo a sus hijos -los más grandes primero- para que la ayudaran a trabajar.
Los últimos en venir eran los mellizos que vivían en un campo donde se encuentran las casas de los hermanos y el padre de Dodeline. Pero en 2020 el plan se agrandó: “Mis hijos allá vivían con mi hermano más pequeño, de 11 años, y con Efraín, un niño que yo adopté, que no tenía papeles y ha ido creciendo con nosotros. Por eso mi hija me pidió que los trajera a Chile con ellos”, dice la mujer. La idea le hacía sentido. El padre de Dodeline ya tiene 71 años y ella pensó que podía ser una ayuda hacerse cargo de su hijo.
Marie Dodeline dice que presintió que algo malo iba a pasar la semana del terremoto. Lo venía sintiendo desde el viernes 13, cuando le avisó a su jefe que no se sentía bien y que quizás no llegaría a la jornada extra que hacía los sábados. Pero esa mañana se levantó igual, y apenas llegó a la bodega el malestar empeoró y la hizo devolverse. Fue entonces cuando se enteró de lo que había pasado. “Al principio lo único que me dijeron fue que mis dos hijos estaban bien. Que la casa se había caído, pero que ellos alcanzaron a salir”. Pero Dodeline cuenta que nadie de su familia se atrevió a contarle qué había pasado con su hermano menor. “Horas después tuve que llamar a un amigo para que me dijera la verdad. Mi hermano salió arrancando de la casa con mis hijos, pero algo lo golpeó y no pudo salir más de ahí”.
Las trabas burocráticas
Si ya vivir en un país como Haití era hostil, el terremoto y el asesinato del Presidente Jovenel Moïse, en julio, han dejado a sus habitantes en una posición más vulnerable que nunca: con un estado catastrófico y un futuro incierto. Eso, explican en el Servicio jesuita a Migrantes (SJM), hace más difícil la idea de que haitianos residentes en Chile puedan ayudar a sus familias a la distancia, o incluso poder repatriarlos aquí. “Las trabas que tienen hoy las personas haitianas son mucho mayores que en otros países, porque la fragilidad institucional de Haití hace que tenga una burocracia impresionante. Hoy, con el terremoto solo se revela aún más esta realidad y se exacerba la vulnerabilidad de las personas”, explica la directora del SJM, Waleska Ureta.
Pese a que desde la embajada de Haití en Chile no contestaron la solicitud para participar de este reportaje, en Cancillería aseguran que “se tiene la mejor voluntad para analizar casos que signifiquen una reunificación familiar y que, producto del terremoto señalado, presenten características humanitarias especialmente graves”, dice el embajador Julio Fiol, director general de Asuntos Consulares, Inmigración y de Chilenos en el Exterior. En ese sentido, sugieren que los interesados se acerquen al Consulado de Chile en Haití y expliquen su situación particular.
La solución más concreta ahora es esa. La visa de reunificación familiar, que permite traer a familiares de haitianos con residencia definitiva o temporaria, deja fuera a quienes estén en trámite de sacar este documento. Lo mismo pasa para quienes tienen sus papeles vencidos o, bien, nunca los han tenido. “Es súper complejo, porque se forman estas lagunas en que el Departamento de Extranjería demora harto tiempo en entregar las visas. Entonces a las personas se les suma otra valla más para poder solicitar que sus familiares puedan venir a Chile”, explica Constanza Salgado, abogada experta en migración.
Respuestas urgentes
Algo así está viviendo Benjamín Francois (39). La mañana del sábado 14 estaba en el baño, alistándose para ir a su trabajo en una fábrica de plásticos en Renca, cuando empezó a escuchar los gritos de su hermano. Al principio no entendió bien lo que pasaba, pero luego supo que era algo grave. “Mi hermano solo gritaba llorando ‘¡mis sobrinos!’, pero jamás pensé que podía tratarse de mis hijos.”
Ese día Francois perdió a sus hijos mayores Franklin (16) y Kenson (13). La casa que él mismo había construido para su familia en Les Cayes se vino abajo. Solo alcanzaron a salir de ahí su esposa y su hija menor, de seis años, que estaba durmiendo con ella. Ambas tuvieron que comprar una carpa para soportar las lluvias del frente climático que vino después. Hoy esperan que su padre las pueda traer a Chile.
El problema es que Francois tiene su visa temporaria vencida. Llegó a Chile en 2014, con todos sus papeles al día, a vivir en Estación Central y trabajar en una construcción. Con el tiempo, estos caducaron y su situación cambió. La idea en un principio era volver a regularizarse para traer a su esposa e hijos a vivir con él. Pero la burocracia de su país, mientras esperaba que le entregaran su certificado de antecedentes, se topó con el terremoto. La muerte de sus hijos y el derrumbe de su casa hoy lo tienen en una situación de emergencia.
Lo mismo viven Jocelyne Calixte y Marie Dodeline, aunque sus papeles estén al día: porque el trámite es largo y ellas necesitan respuestas urgentes. Tras la muerte de su hermana, que era la única que cuidaba a su hija, Calixte encontró una amiga que podría recibirla en su casa. Pero solo por un tiempo limitado. “No tengo cabeza para pensar en otra cosa, ni siquiera me da el cuerpo para comer. Y cuando quiero llorar, me encierro en el baño para que mi otra hija no se preocupe por mí”, dice.
La situación de Dodeline no es distinta. Después de la muerte de su hermano de 11 años, sus mellizos y Efraín, el niño que cuidaba allá, están con sus padres. Actualmente viven en el patio de una casa de campo de unos conocidos, que le prestaron un espacio. No sabe cómo decirles a sus hijos que, quizás, traer a Efraín no sea posible. “Si el trámite ya es complicado para ellos, no me quiero imaginar lo que va a hacer para un niño del que ni siquiera sé qué edad tiene”. Sobre todo porque Dodeline sabe que ya no aguantan más tragedias. “Ellos necesitan estar con su mamá”.
Mientras tanto, en Renca, lo que más ha pensado Benjamín Francois estos días es cómo conseguir reunirse con su familia. Pero es complicado: si sale del país, dice, después no podrá volver a entrar por su situación migratoria. Desde Les Cayes le avisaron que el funeral de sus hijos será hoy con la familia. La idea es que él se conecte a través de videollamada para despedirlos. Pero Francois tiene dudas.
Dice: “No sé si voy a ser capaz”.
Fuente: La Tercera.