En el marco del Jubileo “Migrantes, misioneros de esperanza”, la Catedral de Santiago fue el punto de encuentro de cientos de personas chilenas y extranjeras que participaron en la Eucaristía presidida por el obispo auxiliar de Santiago, mons. Alberto Lorenzelli Rossi SDB, con motivo de la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado.
Durante la homilía, mons. Lorenzelli invitó a mirar con fe y esperanza el camino compartido entre migrantes y comunidades locales. “La fe nos enseña que migrantes somos todos; que unos migramos después, que otros migramos antes, y que hoy se nos regala caminar juntos”, expresó, destacando el valor espiritual y humano de quienes han debido dejar su tierra en busca de un futuro mejor.
El obispo reconoció la fuerza interior de las personas migrantes y refugiadas, quienes, al igual que Abraham, “se lanzan al camino movidos por la esperanza de una vida mejor”. Subrayó que “esa esperanza no es poca cosa, es un tesoro, un don de Dios. Ustedes son verdaderamente misioneros de la esperanza”.
En su mensaje, mons. Lorenzelli abordó también las dificultades que enfrentan quienes llegan a Chile: la discriminación, el racismo y la burocracia. “Muchos han tenido que enfrentarse al desprecio, a la soledad. A veces se han sentido extranjeros no solo en la tierra, sino incluso en la Iglesia. ¡Perdón si como comunidad cristiana no siempre los hemos acogido con el corazón abierto!”, dijo con tono autocrítico.
El obispo hizo un llamado a la sociedad chilena a reconocer el aporte que las personas migrantes realizan día a día. “Cada migrante es un regalo para la Iglesia y para este país. Por su forma distinta de enfrentar la vida, por su sabiduría, por sus raíces y su mirada que nos desafía a ensanchar el amor… todo eso nos enriquece, fortalece y renueva”, señaló.
Asimismo, abogó por una “progresiva regularización de las personas que quieren aportar a nuestro país”, y llamó a construir una convivencia basada en la fe, la justicia y la hospitalidad: “La esperanza que nace de la fe nos hace fuertes. Nos permite enfrentar las exclusiones sin replicarlas, organizarnos para resistir los prejuicios y ser una buena noticia para Chile ahí donde estamos”.
En un tono esperanzador, mons. Lorenzelli recordó que la fe, aunque pequeña como un grano de mostaza, tiene la fuerza para sostener la vida y abrir caminos nuevos: “Dios no nos pide una fe perfecta, sino una fe confiada, que se apoya en Él incluso cuando no entendemos el camino”.
Finalmente, invitó a seguir construyendo comunidades donde cada persona migrante sea acogida con dignidad y fraternidad: “Que María, la Virgen peregrina, acompañe a todos los que caminan en busca de vida, y nos ayude a ser comunidades abiertas, donde cada migrante sea reconocido no como una amenaza, sino como un hermano que trae la buena noticia de la esperanza”.